Escribiendo la anterior entrada (sobre Fourier) estuve leyendo sobre otro genio de la época en Francia y que fue uno de sus maestros: Pierre – Simon Laplace.
Laplace fue, además de gran matemático, un astrónomo influyente, especialmente por dedicar tiempo al análisis de las predicciones de Kepler y ser el primero que planteó una tesis sobre la creación del Sistema Solar.
Me llamó la atención, leyendo la historia de Laplace que utilizara unas tablas astronómicas llamadas “Tablas Toledanas”. ¿qué pinta Toledo aquí? Decidí avanzar un poco más sobre ellas y este hecho me ha llevado a un personaje casi desconocido y que, aunque parezca mentira, ha tenido una amplia influencia en la vida española posterior.
Nos remontamos muchos años antes de Kepler, al primer siglo del segundo milenio. En los últimos años del Califato de Córdoba, cuando ya muchos Taifas se habían independizado, nación en Córdoba nuestro personaje, de nombre árabe impronunciable (al menos para mí), pero que se españolizó como Azarquiel.
Azarquiel es poco conocido. Aunque nació en Córdoba (es un dato que parece claro, aunque no hay unanimidad), se marchó pronto a Toledo y allí desarrolló la mayoría de su conocimiento. Durante años fue un forjador de hierro, curioso y dedicado a su profesión, pero aprovechó esa habilidad para trabajar para los sabios de la ciudad de Toledo y poco a poco, su destreza y conocimiento haciendo instrumentos, hizo que estos sabios lo protegieran, ofreciéndole conocimiento que él fue asimilando fácilmente.
Se dedicó a la observación de los astros y anotó profusamente la situación de los astros. Esta observación completa es lo que se conocía como “Tablas Toledanas”. Analizar los resultados de las tablas conllevaban a resultados que no cuadraban con la idea que en aquel tiempo se imponía. Tenía un afán casi obsesivo por la precisión y cuando no cuadraban sus datos con los de anteriores autores no tenía miedo en plasmarlo y plantear su teoría. Contradijo a Ptolomeo y planteó una órbita de Mercurio de forma ovalada gracias a su observación. Incluso, tras 25 años de análisis diario del Sol, fue capaz de determinar que el Sol tenía un movimiento de apogeo, sino que lo calculó con una precisión increíble: él lo estableció en 12,0” y el valor real es de 11,8”. Es algo que parece increíble si nos damos cuenta que estamos en torno al año 1050.
Pero su observación y su capacidad de trabajar el metal lo llevó a construir un mecanismo que posteriormente fue clave en el desarrollo de España. Creó un mecanismo llamado Azafea, que era un astrolabio, pero que se podía usar en cualquier latitud de la Tierra. Ese instrumento fue muy utilizado por los navegantes españoles y fue clave en la aventura marina de España y Portugal en el siglo XV. Colón llevaba una azafea en sus viajes, como instrumento imprescindible.
Doscientos años después de su muerte, Azarquiel fue la base en la recopilación del conocimiento que realizó Alfonso X el Sabio en Toledo y creó las “Tablas Alfonsinas”, basadas en las de Azarquiel, pero con algunas mejoras. Estas tablas fueron la base de la astronomía europea hasta la observación de Kepler, en torno a 1600, más de quinientos años después de los estudios originales.
Azarquiel murió en torno a 1080, algunas fuentes dicen que en Toledo, aunque probablemente fuera en Córdoba, toda vez que Toledo fue conquistada por los castellanos pocos años antes. Tuvo una obra importante, pero no se ha conservado los originales. Toda su obra se conoce por referencias de autores posteriores. Tiempos complicados en una España complicada.
Un último dato curioso. Una traducción de la obra de Azarquiel, realizada por Roberto de Chester en 1149 es la primera referencia que se hace en Europa a la palabra “seno” en referencia a una función trigonométrica. Era algo muy utilizado por los árabes, pero desconocido por los cristianos del viejo continente. Hoy en día, no puede entenderse la ciencia sin estas funciones.
Debo reconocer que no sabía quien era Azarquiel. Pero me ha sorprendido. Me ha sorprendido porque es un desconocido con una importancia significativa y que un genio, ya moderno, como Laplace lo consideraba básico para sus observaciones. Desconozco el motivo de su olvido, pero probablemente fuera porque pertenecía a una cultura que no pudo permanecer en España, aunque fuera valorado por sus teóricos enemigos como Alfonso X El Sabio. Esto nos debería hacer pensar qué, por prejuicios innecesarios, nos podemos estar perdiendo. Al final, un genio te aparece en cualquier lugar, dispuesto a enseñarnos. Habrá que estar atento.